—Ya me lo quitaré arriba, pensó Fredo—
Se acomodó en la última fila de la línea 14 donde era su
costumbre sentarse. Tomó el papel que estaba pegado con goma de mascar en la
punta de su zapato e intentó arrugarlo para lanzarlo por la ventana. Al hacerlo
observó que había algo escrito en el trozo de hoja amarillenta. Aquello le hizo
recordar a su viejo profesor de literatura y escritura creativa: lean hasta
cuando duerman. Sean curiosos. Si encuentran un papel en la calle recójanlo.
Puede que se lleven alguna sorpresa, les había dicho.
Entonces, lo desdobló y leyó la inscripción: Soy Candy. Van a matarme. 5-29 edificio el Vigía.
Al terminar de leer un frío lo recorrió completo. Enseguida imaginó a la mujer golpeada y atada en un sótano, o al soporte de una cama. Quizás encerrada en el closet. Un segundo después dudó del mensaje.
—Como si no tuviese
preocupaciones la gente se pone con su bromitas de mierda, pensó, Mientras
doblaba el papelito—
Lo guardó en su bolso
junto a su merienda. Esa noche le tocaba turno en la fábrica de procesamiento
de pescado donde trabajaba. Como siempre al entrar por esa puerta fue invadido
por la rutina de todos los días: limpiar y cocinar atunes. Lo odiaba, pero
necesitaba el trabajo. Sin embargo, el mensaje del papel se le caló en la
cabeza. Lo perseguía como un gato a un ratón. Le daba vueltas. Se reía solo. Se
preocupaba.
—Y si es verdad que hay una mujer en peligro. Si de mí
depende que se salve, volvió a pensar—
Recurrió a su fe y oró para que la mujer resista ocho horas
más que le tomaba salir del trabajo.
Cuando su turno terminó caminó hasta la Policía que estaba
al cruzar la calle P-1 de la ciudadela La Pradera. Cuando estuvo en el portal
del edificio sacó el papel y volvió a leer el mensaje. Quería asegurarse que lo
que había entendido era lo que estaba escrito. Entró. Se paró frente al escritorio
y antes que alguien saliera a atenderlo dejó el edificio recriminándose.
— ¿Qué vas hacer? Estás loco. Nadie va a creer esto. Te
tomarán por un bromista pesado. Te encarcelarán y no necesitas otro problema en
tu vida. Lárgate de aquí—
Entonces, empezó a caminar de vuelta a la parada de bus para
regresar a casa. Pero dentro de él sentía haberle fallado a Candy.
—perdóname. No puedo hacer nada por ti. Tu mensaje fue
encontrado por un cobarde. Por un nadie que no puede ni con su propia vida—.
Como siempre se
volvió a sentar en la última fila. Entre sus dedos sostenía el papel que era lo
único que lo unía al remolino que tenía en su pecho. Quiso volver a lanzarlo
por la ventana pero se detuvo. Cuando llegó a la parada del parque central pudo
observar la torre del edificio el Vigía y supo que la única manera de saber la
verdad era entrando.
En la puerta había un guardia.
— ¿A quién busca?, le preguntó—
—La verdad a nadie.
Solo quería saber si no hay vacantes para limpieza o para lo que sea. Necesito
trabajar, dijo Fredo—.
—Eres el número ocho de esta última hora haciendo la misma
pregunta. Así que: ¿cuál crees tú que es la respuesta? —
Fredo se quedó en
silencio.
—Tras que me haces perder tiempo, eres retardado. No hay
trabajo y sácatela de aquí, dijo el guardia—
—Amigo, tengo una semana sin comer necesito hablar con
alguien de administración. ¡Por favor! —
—O te vas. O llamo a la Policía, dijo el guardia—
En ese instante una
mujer vestida de secretaria atravesó el living y que había observado parte de
la discusión le señaló con el dedo un pasillo. Es por allí. Al fondo es la oficina
de administración. Ve y pregunta. Dile que te mandó la dueña del departamento número
30, la del quinto piso, le dices.
Fredo caminó por el pasillo oscuro y llegó hasta la puerta
de la oficina. Y sin que lo vieran entró en el ascensor. Presionó el botón, las
puertas se abrieron y marcó el número cinco. Mientras subía podía mirarse en
las paredes de espejo las ojeras, el cuenco de los ojos tan pronunciados como
si fuese solo una calavera. Pero aquello no era más que un distractor para no
llegar a un momento consciente y reflexionar lo que estaba haciendo. Si
reflexionara, seguro no estuviese allí sino empezando su otro trabajo como vendedor
de granizados.
El ascensor paró. Las puertas se abrieron. Al intentar dar
un paso fuera Fredo se dio cuenta que las piernas le temblaban. No podía dar
paso. Se prendió de las paredes y salió sin saber a dónde ir. Alzó la mirada y
en la puerta con metal dorado estaba el número 28. Una puerta después el apartamento
que buscaba y donde estaría Candy o su mayor estupidez. Finalmente tocó la
puerta del departamento 29. Una voz del otro lado le dijo: pase está abierto.
Cuando Fredo entró la mujer de 89 años que se apoyaba en un bastón se asustó.
— ¿Quién es usted? Soy
Dagofredo, pero puede llamarme Fredo. El nuevo chico de limpieza y gasfitería. Venía porque reportaron una
fuga de agua en su cocina—
Hace unos días había leído en el periódico que en el 60 por
ciento de las casas hay fugas de agua y esperaba que eso le ayudara en su
mentira.
—Y si viene por la fuga. Donde están sus herramientas, dijo la anciana—
—Bueno, vine a ver qué tan grave es el daño y como soy nuevo
pues aún no sé bien donde guardan las herramientas—
Entonces Fredo se dirigió a la cocina. Y su impulso fue
frenado por un grito de la anciana
—La fuga es en el baño de la habitación principal. No en la cocina— Y la anciana apoyada en su bastón se retiró
por el pasillo refunfuñando.
Fredo olvidó la fuga y se puso a buscar por todo el sitio. Al final del pasillo por el que se había marchado la anciana halló una habitación con una puerta roja. Estaba cerrada y al poner su oído contra la madera no podía escucharse nada.
Como si el lugar perteneciera a otra
dimensión. Fue a la cocina por un cuchillo para abrir la puerta y luego de varios
intentos la cerradura cedió. La empujó despacio. Estaba oscuro. Una oscuridad
pesada que aunque se pusiese la palma de su mano cerca a los ojos no podía
verla. Recorrió el lugar como quien juega a la gallina ciega. Unas manos que le
tocaron la cara arrastraron unas cadenas. Cuando intentó salir,
la puerta se
cerró como si alguien la hubiese azotado. Las luces se prendieron y a Fredo lo
rodeaban dos hombres y dos mujeres. Todos vestidos de negro.
— ¿Buscas a Candy? Yo soy Candy, dijo una de ellas—
Enseguida Fredo la
reconoció. Era la secretaria que lo había enviado hasta la oficina de
administración. Fredo levantó el dedo la señaló y antes que pudiera decir algo,
las luces se apagaron y al instante gritó como si le hubiesen enterrado un
cuchillo en el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario